martes, 24 de noviembre de 2009

Nocturna fatale. (Un poco de mi dolor)

Hoy compartiré algo muy mío, con ustedes. Enjoy.

Eran aproximadamente las 11, cerca ya de un nuevo día. Ambos amigos iban caminando, en pos de un grupo de jóvenes, todos ellos vestidos a la usanza dark: se veían cadenas, gabardinas, encajes en algunos; no podían faltarlos adornos como piercings o cruces invertidas. Eran en total 15 personas, aproximadamente. El par, que iba separado de los demás, difería un poco del resto porque ambos eran de baja estatura (la media oscilaba entre los 1.70 y 1.80 metros), y sus ropas no llamaban tanto la atención, un poco discorde con el ambiente general. Iban directo a la muerte; eso es algo que no podían saber. Sin embargo, cierto presentimiento los llamaba a la cordura, como la sensación (inequívoca, esta vez) de que no deberían estar ahí. Pero un reto es algo inquebrantable, más cuando la disputa tiene por objetivo el control del territorio.

- Hemos llegado.

El jefe del grupo se detuvo súbitamente. Las veladas amenazas de la Luna se respiraban en el aire; el frío se volvía cada vez más profundo, esa helada que pretende dormir los instintos y sensaciones, el escalofrío de la destrucción anunciada. Todos siguieron el ejemplo del líder, alertas, con las manos a punto para repeler cualquier ataque. El más mínimo movimiento de las sombras era analizado; matar o morir era cuestión de segundos. El par de amigos, rezagado aún, se mantenía a la expectativa, aún más nerviosos que los demás; la expresión en el rostro de uno de ellos podría haber resultado casi cómica, de no ser por la negrura de aquella noche y el inconfundible hedor de cadáveres que impregnaba el ambiente. Un susurro, un cambio en la luz, o el reflejo de la luz lunar en el metal; era cuanto esperaban todos para que la pelea empezara.


De entre las sombras, un rostro moreno se asomó sin previo aviso. Iba vestido de manera tan llamativa como los que tenía enfrente, con una cadena en mano, y la culata de una Magnum sobresaliendo de su bolsillo. Detrás de él venían varias personas más; espectros de muerte, ejecutores, todos ellos con idéntico atavío, que olfateaban, belicosos, el ambiente. Por aquí y allá relucían navajas, pistolas, botellas, y el fuego empezó a dibujar sombras macabras en el rostro de los presentes. La guerra era inevitable ya.


El primer paso fue dado por alguien desconocido. Quizá fue el primer puño que buscaba el rostro de alguien más el último contacto con la realidad. Porque todo fue confusión, un maremágnum de violencia y agonía. Ninguno escatimaba fuerzas en repartir los golpes, cada uno de ellos salía disparado como si se le fuese la vida en ello. Y en verdad así era: se estaba convirtiendo poco a poco en cuestión de supervivencia, cuando el salvajismo arremetió y el contacto se tornaba más cruento aún.


Todos seguían en pie, no querían renunciar. El honor, si es que eso existe entre las personas como aquellas, les impedía caer. Cada impacto que les sacudía sólo era un aviso para regresar a tiempo con el contrario, huestes enfurecidas matándose entre sí con tan sólo la fuerza de sus cuerpos.


No había más sangre para sus ojos. Se había perdido, pues la visión de cada uno estaba teñida en el carmesí de la furia, y las gotas de sudor y vida se entremezclaban en sus frentes y extremidades. Era una escena malévola: el Demonio se complacía en su estúpida cólera. El furor de la batalla alcanzaba límites no creíbles.


Entre los cuerpos tambaleantes, súbitamente uno cayó. Pero estaba inmóvil, no había besado el suelo y vuelto a levantarse como otros habían hecho ya. Estaba tendido, y un agujero macabro atestiguaba su muerte indigna. Por la espalda, una bala había dibujado la diana, y su corazón dejó de latir lleno de ira. Ni siquiera dolor sintió: tan sólo cayó, quedó ciego. Y su alma fue segada en medio del odio exacerbado.


Había sido derramada la primera vida. Era la señal que algunos esperaban. Quienes poseían su arma se aferraron a ella, haciendo blanco con precisión vaga. Uno, dos, varios cayeron heridos, con sendos trayectos grabados a fuego en sus vísceras. El aliento vital les abandonó sin mayor esfuerzo que el que habían hecho al golpear el suelo con sus cabezas.


Y sonaron las alarmas… Se aproximaba la policía, advertida quizá por algún vecino asustado. Quienes aún poseían un resabio de cordura en sus confundidas mentes, emprendieron la fuga. ¿En dónde estaba perdido aquel par de amigos que habían ido a buscar su fosa? Entre la oscuridad y la muerte, no quedaba espacio para distinguirse. Uno de ellos gritó el nombre de su compañero, apremiándole para marcharse, esperando que a sus oídos llegara el mensaje desesperado…

Seguía vivo aún. Los cortes y heridas eran profundos, pero habría tiempo para reposar volver a ser el niño estudioso, hijo perfecto que nunca habría hecho lo que aquella noche sombría cometió. Habría suficientes minutos para pedir perdón, horas para aprender de nuevo y días para enmendar. No estaba ciego ya, había abierto los ojos a la saña con que los humanos se asesinan unos a otros en triste orgía. Las promesas de cambio y el miedo bramaban en su pecho, llamándolo al escape.


Esquivaba cadáveres en su loca carrera, apenas y pudo tomar la mano de su amigo y huir despavorido. Corría con todo su ser, cada fibra tensa para poder salvar la vida. Faltaba poco para lograr sobrevivir a la locura….


Tan inesperado. Tan súbito. Tan estúpidamente real.


El menor de ellos cayó al suelo, un peso muerto sobre él. No había podido meter siquiera las manos. Sólo sintió el empujón y perdió su equilibrio.


Sobre él, reposaba el cadáver aún caliente de su amigo… De quien le había acompañado fielmente, a quien había llevado a la perdición. Tan sólo un pedazo de metal… Y las sienes sangrantes atestiguaban el horrendo hecho. Una vida perdida para salvar otra. ¿De qué sirve un sacrificio así? Todo era tan irreal, tan espantoso y grotesco. Dejó de pensar en correr. Tomó el rostro que antaño le sonreía entre sus manos cubiertas de sangre. Lloró, muy tarde se dio cuenta del dolor que somos capaces de sentir tan sólo por tener un corazón. Sus lamentos resonaban, como si un espíritu impenitente se regocijara en su pena. Cada grito clamaba por el perdón divino; la culpa le devoraba por dentro; sentía fuego correr por sus venas y carcomerle en espasmos enfermos. Había muerto por él…


Le abrazó. No podía hacer más que llorarle y lamentarse por no haber rectificado a tiempo… El cobarde que le había arrebatado el futuro no apareció más, se fue tras blasfemar en voz alta. Se perdió también entre las sombras.


Como pudo, sacó el cuerpo de ahí. No veía siquiera dónde ponía los pies. Sólo sabía que tenía que retirar su muerte de aquel lugar sacrílego. No podía dejar su obra tendida en el suelo con los otros que habían expirado en el seno de Satanás. Arrastrando su alma, salió.


Le encontraron minutos más tarde, aún aferrándose a la sangre seca y la carne fría. La razón le abandonó por completo… Tan sólo, más tarde, abrió los ojos y encontró el techo más prístino que en su vida había contemplado. No podía moverse. No tenía escapatoria. No hay clemencia para quien asesina.


La pena le embarga aún hoy día. Busca, desesperado, siquiera una palabra de aliento, una razón para poder olvidar. Para darle sentido al sacrificio. Para poder aceptar el regalo, y proseguir su camino con una sonrisa en el rostro marcado por las cicatrices del adiós. El tiempo cantará su desgracia, y no se sabe si algún día podrá liberarse del yugo que le ata a su pasado.

Las heridas de la culpa no cierran nunca. Tan sólo la mente las olvida, pero se rozan entre sí y el más mínimo movimiento desencadena la desesperación. Fue tardía la lección… Y vive, tan sólo existe, en busca del perdón.



- Nota al pie: para quienes leyeron completo, me encantaría decirles que es ficción... Siempre hay dolor en el camino, y motivos para morir. Si tan fácil es, ¿por qué no mejor buscamos uno para estar bien? Sigo aquí, después de todo; existe la culpa, hay rechazo, pero nunca me daré por vencido, no mientras haya alguien que pueda escuchar... -

1 comentario:

cuerpoialma dijo...

Tu blog me pareció mas que ficcion, no insinuo nada si no que es algo que o llevas muy dentro, o realmente escribes muy bien, sinceramente creo que con esta historia se demuestra todo lo que el ser humano puede llegar a hacer, desde lo peor, hasta el maximo sacrificio, los dos extremos que pueden llegar a sentirse, pero realmente creo que dentro de toda esa violencia y ese odio, esta ese sacrificio que da esperanza, y confianza en el ser humano y en sus sentimientos, en todo el amor que se puede llegar a sentir,

para mi a sido una pequeña luz que de vez en cuando se enciende dejando de ver algo mas que la cruda realidad..